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Victoriano Arizti: In Memoriam

Vitoria-Gasteiz, España - 6 de octubre del 2009 - Por Fernando Aldea

Con toda seguridad no soy la pluma más brillante para escribir a cerca de Victoriano. Pero creo que soy la persona que en sus últimos treinta y cinco años, y ¡son años! ha contabilizado más tiempo en su presencia, más teléfono ha gastado, más ha soñado en su compañía y, uno de los que más, ha experimentado la fuerza de su autoridad moral y espiritual. Cristo nos unió a través de tres experiencias religiosas maravillosas: Cursillos de Cristiandad, Renovación Carismática y la vida comunitaria en el Señorío de Jesús, comunidad de la EDE, comunidad de comunidades internacional y ecuménica. Estas son mis credenciales y, desde ellas, me atrevo a glosar la figura entrañable de mi hermano del alma Victoriano.

 

Mi primer encuentro con él sucedió cuando yo me debatía en una crisis vocacional muy seria y, tras 14 años de una forma de vivir mi vida cristiana, me debatía entre el cambio o la continuidad. El me guió por la incertidumbre, el desconcierto y el dolor, haciéndome fijar más que en los cómos en el qué y sembró en mi vida la simiente de la consciencia, la responsabilidad personal y la convicción profunda. Y se hizo la luz y llegó la paz a mi corazón y las decisiones firmes a mi vida.

 

Y Victoriano entró en mi vida: Viví y sufrí con él una etapa convulsa en el movimiento de Cursillos de Cristiandad. Me abrió al mundo de la Renovación Carismática y ejerciendo una actitud de discipulado me llevó consigo a Nicaragua, hecho relevante en mi vida y del que todavía estoy por descubrir la hondura y profundidad. Y fue el instrumento de Dios para mi vocación comunitaria, la aventura de fe más fascinante que ha ocupado mis últimos veinticinco años de vida.

 

Y Victoriano entró en mi familia: Fue el testigo cualificado de la Iglesia en mi matrimonio con Loli, una de sus discípulas entrañables y a la que amaba como “su hija espiritual”. Bautizó a mis tres hijos. Presidió la celebración de nuestro veinticinco aniversario de matrimonio y vivió muy de cerca la boda de Ainhoa y César, desde la enfermedad, y la de Gorka y Auxi, cooficiando en la celebración habida en Vitoria y me acompañó muy de cerca cuando en el espacio de tres meses perdí a mis padres o como decía él, el buenazo de D. José y la brava Dña. Concha.

 

Y yo pude entrar en la vida de Victoriano:

 

Su CARÁCTER, firme, seguro, a veces difícil, siempre honesto, lo fue trabajando y transformando el Señor y la sencillez y humildad predominó y dominó, por fin, en su vida. El Señorío de Jesús existe, además de por ser un deseo del Señor, porque Victoriano, su instrumento fundacional decisivo, tuvo esa intuición que tienen los hombres de Dios, cuando intuyen su presencia en determinados acontecimientos, y acató todas las directrices que le fueron dadas por el primer equipo misionero que vino a ayudarle a echar andar el sueño de Dios. No entendía, no sabía, no conocía, pero obedeció. Ese fue el primer milagro de nuestra comunidad: la profunda transformación de Victoriano que quedó seducido por el “aprended de Mí que soy manso y humilde den corazón”.

 

Su VIDA DE ORACION: La renovación carismática dio otro tono a la espiritualidad de Victoriano. Su bautismo en el Espíritu, le renovó y transformó. Pasó a fundamentar la seguridad en su vida, del soporte de su personalidad, formación y carácter, al soporte del Espíritu. Ello se tradujo en una profunda vida de oración: regular, disciplinada, profunda, libre y gozosa. Victoriano disfrutaba de su tiempo con Dios y sólo desde El e impulsado por El, hablaba y actuaba. Esta era la razón de su seguridad y de la confianza con la que nos sentíamos y movíamos los que esperábamos su palabra y consejo para actuar. 

 

La PALABRA DE DIOS: Victoriano siempre disfrutó de un cálido verbo, de un discurso atrayente. Loli me ha recordado varias veces cómo llenó el antiguo frontón vitoriano, en la calle S. prudencio, cuando ella era muy jovencita y asistió a las famosas misiones tan frecuentes en la Iglesia de los años 70. Y el público era en su mayoría juvenil y la misión duraba toda una semana. Pero todos hemos sido testigos de cómo Victoriano, además de discurso atractivo y de fácil palabra, nos ha impactado por la autoridad con la que hablaba que le venía de la unción del Espíritu, de la profundidad con la que manejaba la Palabra, de la santa oportunidad de la misma, del impacto personal para cada oyente que sentíamos que hablaba para cada uno, de forma personal y concreta. Me consta que éste fue uno de los regalos que recibió cuando penetró en el mundo carismático. 

 

La EUCARISTIA: ¡Cómo hemos disfrutado con las Eucaristías del P. Victoriano! En sus sesenta años de sacerdocio, sólo una fuerza mayor le podía privar de celebrar la Eucaristía. Cómo manejaba, con sentido catequético, las diferentes partes de la misma: la liturgia del perdón, la liturgia de la Palabra y la liturgia de la eucaristía propiamente dicha. ¡ Qué brillo el de sus ojos en el momento de la consagración¡, ¡ Qué proclamación del canon, en el que la intensidad y la vida te envolvía totalmente¡. ¿Y el momento de la comunión? Su cabeza y sus manos se movían a ritmo de diálogo con el Señor. Victoriano acababa la Eucaristía agotado por la enorme intensidad que ponía en ella. Su devoción edificaba y atraía.

 

El SACERDOCIO: Si tuviera que poner una sola palabra para describir lo que yo he vivido en referencia al tema, usaría la de “pasión”. En su amor apasionado por el sacerdocio no cabía el “funcionariado social”. El no era ningún especialista terapéutico, ni se miraba al espejo al dar asesoramiento espiritual, sino que a partir de Dios, se ponía al servicio de los hombres en su tristeza, en su alegría, en su esperanza, en su angustia. Muy cercano al dolor, al problema difícil, a todo aquello que implicaba sabiduría de Dios y paciencia infinita. Trabajador como pocos, sin medida, sin límite, rallando y pasando muchas veces la línea de lo razonado y razonable. Su sacerdocio era una forma de manifestar a Cristo. El “alter Christus” lo quería llevar hasta las últimas consecuencias. Muchas veces yo he percibido en su sacerdocio como un grito de protesta frente a la vulgaridad, la mediocridad, la falta de garra y la falta de dignidad, que por desgracia, se visualiza en tantos sacerdotes de hoy día.

 

La VIRGEN MARIA: Es muy probable que el hecho de haberle salvado su vocación, marcara para siempre la vida de Victoriano. Nos contagió a todos su amor por la Madre y la Madre le contagió a él su amor por nosotros. Ya muy avanzada su enfermedad, cuando el morir formaba parte de su día a día, hablando “del momento”, lo dulcificaba vinculándolo de inmediato a la contemplación de Cristo y de María. La eternidad se nos hará corta, decía, para agradecer a María su amor a la humanidad expresado en el misterio de la Encarnación. ¡Cómo se emocionaba cada día mariano cuando le dábamos la oportunidad de hablarnos de la Madre!

 

La VIDA COMUNITARIA : Sus últimos veinticinco años de vida y de sacerdocio han estado marcados por su vivencia comunitaria. El los ha definido como un regalo, un lujo del Señor para él. En algún momento me confió que la vida comunitaria estaba rejuveneciendo su sacerdocio que en su día lo vio abocado a marchitarse como las viejas flores. Amaba entrañablemente la vida comunitaria y, por ella, nos ha amado a todos, muy profundamente. Su sentido de lealtad era impresionante. Más de un disgusto se llevó, simplemente, como decía él, por ser fiel a mi compromiso con Dios y los hermanos. Sólo la enfermedad pudo con su disciplina y, aún así, siempre lo sentimos entre nosotros, aún sin estar con nosotros. Victoriano siempre será una referencia en temas como la alianza, la fidelidad y el compromiso. Todos los que le han conocido han quedado impactados por esta actitud. Como me ha escrito un hermano desde Honduras, la EDE está de luto, porque ha perdido no sólo un hermano, sino también una referencia viviente.

 

La AMISTAD: Aunque podía seguir y seguir, voy a finalizar con la reflexión en torno a la amistad. ¡Cuanto me gustaría que supierais los pensamientos al respecto de personajes tales como su Obispo D. José Ma Larrauri y su entrañable Chale Mántica, por citar tan sólo dos personas que encarnan la vivencia de la perfección en el tema de la amistad: Miles de personas se apuntarían a declarar al respecto. ¡Qué verdad que el que tiene un amigo tiene un tesoro¡ En la salud, en la enfermedad, en las alegrías, en las tristezas, en lo ordinario, en lo extraordinario, aquí y allá, ahora, después y siempre, de noche y de día, en la riqueza y en la pobreza, viéndonos y sin vernos, siempre, siempre, siempre. Victoriano ha encarnado el ideal de la amistad y los que lo hemos disfrutado podemos entender el alcance del mismo: sin fronteras, sin límites, sin tiempos, sin nada, siempre y todo.

 

Dejo para otros mil facetas de Victoriano, que las tiene, y sobre las que podrán hablar y escribir sin agotar el tema. Yo he disfrutado de todo esto y lo he disfrutado a cabalidad y con intensidad. Mi fe me está ayudando a recrearme en el triunfo y la gloria de Victoriano y a combatir la debilidad de mi carne. Esta mañana, dos de Febrero, cuando le he contemplado por última vez y cuando la fría losa ha sellado la sepultura, he tenido mi momento de debilidad y de rebeldía, al resistirme a perder “sensiblemente” a Victoriano. Después de treinta y cinco años me quedaba sin mi padre espiritual, mi maestro, mi líder, mi hermano y mi amigo. Mucha pérdida de golpe. He sentido que él ha acudido en mi ayuda de inmediato y me ha convencido y me he convencido, que desde el Cielo, seguirá siendo mi padre espiritual, mi pastor, mi maestro, mi hermano y mi amigo. En la tierra le decía muchas veces una expresión entrañable para ambos: Tú eres mi hermano y te quiero mucho. Victoriano, no sé cómo escucharás las cosas con los oídos celestiales, me imagino que mucho mejor, pero hoy, dos de Febrero, a tres días de tu entrada en la Gloria, te vuelvo a decir: ¡Eres mi hermano y te quiero mucho!

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